Quien
escucha el relato del Evangelio puede sorprenderse ante la actitud de los
paisanos de Jesús: quedan asombrados e impactados por su sabiduría y sus
enseñanzas. Sin embargo, pesa más el conocimiento que ya traían de Él: «¿No es
éste el carpintero?» Se impone el “ya lo conocemos”, la desconfianza, y así se
hacen incapaces de dejarse tocar y transformar por la Buena Nueva que Él
anuncia.
Nosotros,
“desde la tribuna” y a la distancia, podemos caer en juzgar fácilmente a
aquellos oyentes escépticos: “¿cómo es posible que no le creyesen?”, y acaso
añadimos también: “Si yo hubiera estado allí, ¡yo sí le habría creído!”
Pero, ¿no
endurecemos acaso también nosotros tantas veces nuestros propios corazones a la
Palabra divina, al anuncio del Evangelio? ¿Le creemos tanto al Señor de modo
que nos afanamos en hacer de sus enseñanzas nuestro modo de pensar, de sentir y
de actuar? ¿O acaso reconozco que todo lo que ha enseñado Cristo es admirable,
aunque no lo aplique en mi vida cotidiana? ¿Tomo en cuenta sus enseñanzas a la
hora de pensar, de tomar decisiones, de orientar mi acción? ¿Es la distancia en
el tiempo, o el no poder verlo o escucharlo personalmente, una excusa válida
para no seguir al Señor, para no tomar suficientemente en serio sus enseñanzas?
Nuestra
propia dureza y rebeldía frente a Dios se expresa muchas veces no en una
incredulidad declarada sino en unas preferencias de hecho. Vivimos muchas veces
en un ‘agnosticismo funcional’, es decir, decimos creer, pero actuamos como quien no cree. Y es que es en las
pequeñas y grandes opciones de la vida cotidiana, en nuestras decisiones y
acciones de cada día, como manifestamos si verdaderamente le creemos a Dios o
sólo decimos que le creemos.
¡Cuántas
veces, por mi falta de fe y confianza en Él, el Señor se ve impedido de obrar
en mí el gran milagro de mi propia conversión y santificación! Pidámosle al
Señor todos los días que aumente nuestra pobre fe, y pongamos nosotros los
medios necesarios para hacer que esta fe se haga cada vez más fuerte y
coherente por la lectura y meditación constante de la Escritura, por el estudio
asiduo del Catecismo, por la oración perseverante y la acción servicial y
evangelizadora.
Fuente: http://www.ducinaltum.info
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