Éste es mi Hijo muy querido
El jueves pasado, al celebrar la alegre fiesta de la Epifanía, recordábamos que Dios se ha revelado a todas las gentes a través de Jesús. Hoy, al celebrar la fiesta del Bautismo del Señor, seguimos profundizando en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Contemplamos a Jesús, ya no como niño, sino como adulto: el que ha nacido en Belén es el Ungido, el Hijo amado de Dios, que viene a llevar a plenitud la salvación, con la fuerza del Espíritu Santo.
En el episodio del Bautismo de Jesús se concentra todo el misterio de Dios manifestado en el Padre que escucha y esta con su Hijo en el Espíritu. Jesús es el rostro visible de Dios, su Palabra encarnada, por eso este domingo viene a ser como una recapitulación de lo que hemos celebrado estos días pasados de Navidad: la Palabra eterna del Padre se ha encarnado para hacer realidad la salvación prometida por Dios a toda la humanidad.
El bautismo del Señor, que difiere sustancialmente de Sacramento del Bautismo, nos está diciendo que después de tanto tiempo el Señor ha tomado la iniciativa de dar cumplimiento, en un momento concreto de la historia de los hombres, a la salvación prometida.
Ayer como hoy Dios nos sigue diciendo: “Este es mi Hijo muy querido”, para que le reconozcamos y le sigamos. En este sentido, para reconocer y seguir a Jesús, hemos sido ungidos también, con la fuerza del Espíritu Santo, el día de nuestro bautismo, que nos capacita para ser testigos suyos en medio del mundo.
El bautismo de Jesús en el río Jordán fue el inicio de su camino más público. Nuestro bautismo ha significado para cada uno de nosotros también el inicio de un camino, también querido por el Padre, siguiendo las huellas que nos dejó Jesús, impulsados por el mismo Espíritu de Dios.
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