La presentación de Jesús en el templo es la respuesta de unos padres obedientes de la ley de aquel entonces. Con ello vemos realizada la profecía que leemos en Lucas 2, 22-40: “Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor como está escrito en su ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor”.
La ceremonia urgía de las madres que hubiesen dado a luz a presentarse en el templo para cumplir con la ley de la purificación. Allí llegó María 40 días después del nacimiento de su Hijo, y como madre pobre llevaba consigo las dos palomas requeridas por la ley. También tenía a su lado al Hijo de Dios y a su esposo José.
La maternidad de María no la obligaba. Sin embargo, Ella quería cumplir con la ley de la purificación, como todas las otras madres. En el templo se ofrecían y consagraban a Dios a los hijos primogénitos, en una ceremonia ya establecida ante el sacerdote que representaba al Eterno Padre. Todas proceden a cumplir con la ceremonia y hacer el pago correspondiente para rescatar a sus hijos. Allí quedaron las palomas que llevaron María y José y Ella recibe en sus brazos nuevamente a su Jesús, el Hijo de Dios sólo conocido por Ella.
Ya camino a salir del templo ocurre el encuentro con el anciano Simeón, quien junto a Ana, reconocieron al Mesías, al tan esperado Salvador por el pueblo de Israel. Entonces Simeón solicitó a María si podía sostener por un momento al Niño Jesús, y pronunció el himno y la profecía… “¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!”, (Lc 2, 35).
En este día de la Presentación del Señor reconocemos a esos hombres y mujeres nuestros dedicados a la vida religiosa que renuevan sus votos de consagración. Dios guarda sus vidas siempre, consagradas para ser luz con fidelidad y gozo.
Nota tomada del: El Visitante
No hay comentarios:
Publicar un comentario